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Nada es Nada
Todas las mañanas de junio tome el mismo trayecto. Nueve estaciones separaban mi hogar de mi espacio temporal de trabajo.
Hubo una mañana en particular que recuerdo a detalle, afuera llovía y el aire dentro era sofocante. Éramos pocos en el transporte, lo que me permitió sentarme rápidamente, quitarme una capa de ropa y retomar mi libro.
Nos movíamos lentamente y se sentía una atmósfera de apuro mezclada con resignación.
Nada es nada, marcaba mi libro. Ahí perdí el interés y comencé a pensar en todo. Mis ojos seguían las palabras pero mi mente inventaba significados de la nada. No recuerdo cuáles. Regrese unas páginas atrás y volví a empezar mi lectura.
Diversas voces pasaban a mi lado vendiendo de todo, y como era costumbre las ignore todas. De pronto sentí una mirada punzante, alguien intentaba penetrar mi espacio corporal. Me sumergí más en el libro esperando volverme invisible. La mirada inspeccionaba mi lectura, dejé de leer pero mantuve clavado el rostro en la página mientras tomaba fuerzas para hacer de mi cuerpo un bloque poderoso capaz de ponerle un límite a esta intrusión. Busqué sus ojos, me tomó menos de lo que pensé, nos miramos, me sonrió y movió sus manos rápidamente hacia su rostro para mostrarme lo que llevaba entre ellas. Era mi libro.
- ¿En qué página vas?
La pregunta me había tomado por sorpresa, estaba acostumbrada a moverme a la defensiva, siempre alerta del otro que pudiera tomar como suyo lo ajeno. Así crecí, así me educó lo calle, así me convertí en un bloque caminante.
- 89, respondí después de mirar la página que mantenía abierta con mi dedo índice de la mano derecha.
- 61, me contestó sin que yo hubiera preguntado nada.
- ¿Dónde lo conseguiste?
Su interés no me sorprendió. No era un libro que se pudiera encontrar aquí, la segunda edición jamás llegó a este país y escasos eran los que soltaban el libro después de leerlo por lo que tampoco era fácil hallarlo de segunda mano. Supongo pocos quieren leer de la nada y aquellos que la descubren ya no pueden dejarla.
- Me lo trajo una amiga.
- Yo lo compre en mi último viaje. Me respondió una vez más sin que yo hubiera preguntado nada.
Me quede muda, petrificada a su lado sin saber qué decir o hacer. Él respondió a mi silencio con una mirada cálida y reconfortante. Fingí sonreír bajo el peso de estos fragmentos de silencios etéreos convertidos en segundos eternos.
- Bueno, me voy, no vaya a ser que me adelantes lo que se viene. Un placer encontrarte lectora de la nada.
Sin más se levantó de su asiento pasó por encima de mis piernas tan respetuosamente como es posible pasar en este triángulo de asientos inamovibles y espero a que las puertas se abrieran.
Antes de dar un paso hacia el afuera volteó la mirada, levantó el brazo y se despidió con una sonrisa y un gesto. Me sonroje al darme cuenta que esta vez era yo quien había transgredido su espacio corporal con la mirada. Retome mi lectura y seguí pensando en todo menos en la nada que este proponía.
La mañana siguiente fue un poco más caótica. Éramos muchos y el metro no llegaba. Saque mi libro, con las esperanza de lograr leer unas líneas más aunque sabía que lo prudente era mantenerme alerta a que nadie me robara mi lugar y pudiera subirme en el siguiente pasaje.
El metro llegó y decidí no avanzar, hoy no quería guerrear.
Las puertas peleaban por cerrarse mientras algunos empujaban cuerpos excesivos hacia ese infierno interno.
Unos segundos antes de que partiera pude percibir un cuerpo en medio de esa marabunta, era mi libro o mejor dicho, era su libro. Aquel extraño de ayer seguía persiguiéndome entre las páginas de un mismo libro. El metro por fin arrancó y por un breve instante nos sonreímos entre portadas de un libro extraño y decenas de cuerpos atiborrados hasta que él despareció.
Al día siguiente, tomé el metro con un entusiasmo atípico, ansiosa de otro posible encuentro. Me faltaban tan sólo 20 páginas para terminar mi libro y no quería llegar al final sin antes verlo una vez más. Llegué un poco antes de lo habitual y deje pasar tres metros antes de entrar. Cuando las puertas del siguiente wagon por fin se abrieron, ahí estaba él, sumergido entre las teorías de la nada mientras su cuerpo se recargaba en la puerta opuesta al mío. Me coloque a su lado, sonrió, saque mi libro y ambos continuamos nuestra lectura. Juntos nos leímos sin mirarnos y sin hablarnos, compartiendo nuevos fragmentos de silencios etéreos convertidos en segundos eternos.
- Hasta mañana, guapa. Me dijo antes de desembarcar. Lo miré partir y por un momento me deje soñar.
Mañana no llegó, ni el día que siguió. Había dejado sin terminar las últimas 5 páginas de nuestro libro, esperando nuestro siguiente encuentro pero él no volvió. Muchas veces nos imaginaba intercambiando teorías de la nada y miradas íntimas al mismo tiempo que desafiábamos a un transporte público caótico y agresivo. Llevaba ya 3 libros más leídos, junio se había convertido en julio pero el destino no quiso volver a reunirnos.
***
Llegó octubre y mi visita habitual al dentista. Estaba acostumbrada a pedir la primera cita del día ya que no me gusta esperar pero esta mañana me pidió aguardar unos minutos, fui paciente. Me senté en su pequeña sala de espera, frente a mí había un monto de viejas revistas y periódicos alarmistas. No llevaba conmigo un libro y decidí ojear aquello un poco en contra de mi voluntad. Miraba portadas compartidas entre masacres con títulos sarcásticos y mujeres mostrando su piel en posiciones sensuales y palabras vulgares, pues así circulan la mayoría de las noticias en mi país. Sangre y sexo. Muerte y vida. Pequeños trozos de paraísos carnales desde el averno más sangriento y sofocante. Entre esas hojas plagadas de cuerpos desfigurados y mujeres semidesnudas encontré mi libro, aquel libro que no quise terminar, aquel libro que compartí con un extraño.
Al final se muere, le leyeron a balazos el final del libro
Finalmente (re)encontré su cuerpo, o las partes que la imagen permitía ver, con nuestro libro baleado teñido de rojo y abandonado a su costado. No quise leer esta versión de su historia, muy probablemente corrompida de mentiras y falsas suposiciones, ni siquiera quise descubrir su nombre. Preferí negar e ignorar falsamente la realidad de mi tierra, donde la vida tiene un precio marcado, donde ningún cuerpo es respetado y donde demasiadas historias comparten un mismo trágico final.
Sin justificación alguna, sin justicia alguna desaparecen a unos y sin darnos cuenta nos desaparecemos todos. Nos convirtieron en nada al robarnos el final de nuestras historias, al reemplazar la ficción con demasiada realidad. Una realidad que a su vez se ha vuelto ficción. Una ataque fulminante de zombies en un país donde cada caminantes respira muerte constante.
Mi dentista abrió la puerta de su consultorio y escondí el periódico hasta abajo del montón de muertes que apilaban esas hojas. Me levanté, caminé y le recé a todo pues ya no creo en nada. Quería olvidar pronto este último encuentro con él.
- ¿Cómo estás?
- Bien, respondí automáticamente. Le pregunté lo mismo y respondió lo mismo.
- ¿Qué te trae por aquí, alguna molestia particular o lo habitual?
- Lo habitual.
En este país donde el dolor ya se ha convertido en un estado habitual, ya no sabría responder lo que no es normal.
Abrí la boca y lo dejé inspeccionar este espacio interior que alberga la frontera entre lo privado y lo público con la esperanza que no encontrará nada íntimo. Cerré los ojos mientras un mar goteaba y recorría mis pómulos. Un desconocido había desaparecido y su ausencia estaba oprimiendo mi pecho. ¿Cómo articular este dolor? Estaba segura que muchos lo encontrarán absurdo. Indiferencia y dolor, así se divide el mundo. Indiferencia y dolor, dos abismos sin diálogo. Así vamos por el mundo sin darnos cuenta que nuestra indiferencia multiplica las ausencias.
Perdí la noción del tiempo, me sumergí en minutos de recuerdo que alargué en imposibles encuentros. Fragmentos de silencios etéreos convertidos en segundos eternos. Podía escuchar la voz de mi dentista, me limité a hacer sonidos de vez en cuando para despistarlo. Agradecí el estar en una posición que volvía imposible articular cualquier palabra. Terminó, me levanté de esta silla-diván color amarillo repulsivo y descubrí un charco de agua que rodeaba mis pies. Sentí vergüenza, había inundado el consultorio de lágrimas silenciosas que hubiera preferido mantener anónimas.
- No te asustes, tengo una fuga de agua por eso te había pedido esperar.
No sé si la realidad me tranquilizo. Al escucharlo me di cuenta que hubiera preferido ser yo la causante de ese mar y abandonar ahí con cierta ligereza este mal.
No recuerdo nada de mi trayecto de vuelta a casa. Sé que al llegar, sin pensar de más, tome nuestro libro de mi escritorio y le encontré un lugar en mi pequeño altar. Nunca descubriré el final pero el libro de la nada, al fin hace sentido y se pierde el sentido de la vida. No somos nada, sin embargo aquí va otra muerte más que recordar. Una muerte más que me motivara a salir a la calle nuevamente a reclamar justicia y amenazar que no se me va a olvidar. ¿Pero de qué me sirve seguir gritando si con el tiempo solo he conseguido acumular cuerpos y rabia? ¿De qué me sirve poner mi cuerpo en resistencia si con el tiempo solo se han multiplicado las ausencias?
Tengo un nuevo dolor que oprime mi ser que proviene de una enfermedad crónica que no logramos vencer.
Tengo un viejo dolor que oprime mi ser que me exige renovar mi estrategia para no desaparecer.
Tengo un mismo dolor que oprime mi ser y no dejo de preguntarme ¿ahora qué vamos a hacer?