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desde la casa de cristal
Habitó una jaula de vidrio en medio de una selva. Sé que no soy la única, desde mis paredes cristalinas puedo ver otras luces en medio de la vegetación. No sé cuántas más se encuentran en mi misma situación, me es difícil contar y es imposible espiar el afuera desde aquí. Tengo prohibido salir. Mi condena es vivir observada y en soledad, aunque muchos crean que esto me hace excepcional.
Mi casa, mi jaula está rodeada de observadores, nunca he podido ver sus rostros pero percibo sus miradas punzantes y sus torpes gestos en una danza constante de la vegetación que me rodea.
Mi casa, mi jaula cuenta con sólo una habitación. Al centro una ducha y una tina que no dejan mucho a la imaginación. Mi cama decorada con sábanas blancas está ubicada en una esquina, frente a ella y muy centrada una cocina bastante precaria. Del otro lado, hay un sofá color mostaza seguido de una muy alta lámpara dorada y un escritorio de madera que me hace darle la espalda a esta habitación y mirar de frente la sublimación del exterior. No hay ventanas que abrir, ni puerta por donde salir. Afuera todo es verde y oscuro, adentro todo es cálido y brillante.
Siempre visto telas de seda, que alargan mi deambular, marcando un trazo por donde paso y bailando al ritmo del viento que pueda generar mi cuerpo. A veces siento que estoy interpretando a una sílfide, una aparición aireada multiplicada en 32 cuerpos de baile en pleno segundo acto. La diferencia es que cuando llega la luz no me desvanezco, mi cuerpo, mis cuerpos están condenados al encierro.
Esta mañana no tiene nada de particular, me desperté en la penumbra y acompañe a la luna en su fuga habitual, desafiando al sol hasta un último instante antes de abandonarme. Me levante, baile, desayune… o tal vez me levante, desayune y baile. No recuerdo bien. Recuerdo mi cuerpo, más tarde, frente a la pared, mis pies desnudos, pesados e inmóviles se habían plantado en ese lugar y decidí no ir en contra de su voluntad. Contemple las danzas de los follajes verdes, eran sutiles. Sabía que alguien más estaba al exterior, deambulando a mi alrededor en busca de un lugar donde pudiese observar(me) mejor. Mi forma de habitar se había convertido en un espectáculo concurrido. No es que tuviese algo excepcional, ambos lados sabíamos que estábamos ahí reunidos en contra de nuestra voluntad. Yo pedí libertad y recibí encierro y soledad. El exterior pidió seguridad y sólo encontró abismo e inestabilidad.
Seguramente de afuera miraban mi cuerpo mientras yo observaba su presencia, tenían miedo de exponer sus cuerpos y yo tenía que conformarme con recuerdos de espectros. No sé cuánto tiempo me mantuve ahí, me olvidé de mí y del afuera. Me perdí reconstruyendo un reino para mi voluntad, en donde todo sueño se hubiese convertido en un hecho cumplido. El dolor de mi cuerpo erguido me hizo regresar a esta realidad. Necesitaba agua, mi piel tenía sed y yo quería aligerar mi ser. Me dirigí a la tina, abrí las llaves y jugué un poco con ellas hasta encontrar la temperatura perfecta. Me quite la ropa y me sumergí en la tina. Me diluí en el agua mientras imaginaba una canción, quería recordar a qué sonaba mi voz. Extrañaba dialogar, a pesar de que siempre odie hablar. Nunca soporte el peso de esta forma de comunicar, tampoco me habitué a su falta de acierto. Siempre perdí el control frente a las palabras y muchas veces las culpo por llevarme a este encierro. Hoy sólo puedo invocar el eco de mis voces e imaginar que algún día volveré a escuchar, que algún día saldré del aislamiento provocado en esta cámara anecoica.
Sumergida en esta tina que he convertido en un mar imaginario trato de olvidar mi gravedad. Llega la luz y el sol se va. Llega sin avisar aunque sé que siempre vendrá. Se asoma a través de un pequeño rayo y calienta aún más el pequeño cuadro carnal al que ha decido alumbrar sin piedad. Poco a poco la luz recorre mi piel, se desliza sin timidez hasta sumergirse dentro de mí. Me suspendo en el tiempo y dejo caer toda lógica frente a lo que experimenta mi ser. Es una luz que no busca habitar mi razón, mis emociones y tampoco mi imaginación. Viene para hacerme sentir, me recuerda el cuerpo que fui y lo que queda de su visión en esta prisión. Es ella quien tiene el poder pues la siento deambular dentro de mi ser y por más que quisiera abrazarla se muestra intangible ante mi piel.
Siempre me pregunto porqué viene a mí, si estará buscando algo dentro de mí o si soy parte de su recorrido cotidiano, una escala más en un trayecto habitual. A veces me gusta imaginar que me ha elegido y se siente en casa cuando viene aquí. No me vayan a malinterpretar, estas visitas no son las de una divinidad. No hay nada sagrado aquí. Tampoco es una metáfora humana, es luz lo que hay, sin mensaje oculto detrás. Es luz que se ha convertido en una fantasía sexual dónde recuperó todos mis sentidos y explotó en total libertad.
La primera vez que entro en mí, fue rodeada de desmesurada oscuridad. Un grupo de hombres vestidos de trajes grises y cascos de seguridad picaban piedra en medio de una caverna. Yo quería ayudar pero todos constantemente me gritaban que ese no era mi lugar. Me quedé ahí parada observando y probablemente fueron horas las que desfilaron frente a mí mientras estos hombres excavaban sin piedad. No entendía bien qué es lo que seguía haciendo yo ahí, mi razón constantemente me pedía salir corriendo y alejarme lo más pronto posible de esta manada de cazadores, no obstante mi cuerpo se había abandonado ahí. Sentía su ansiedad y no me quedó más remedio que esperar. Era un hoyo en la tierra lo que trataban de profundizar, sus piernas ya estaban prácticamente sumergidas bajo la tierra y querían llegar hasta el fondo de este pozo abismal. Buscaban el fuego que los haría eternos y por ello valía la pena tanto sufrimiento.
En esta cacería de lo inmortal, hubo una pequeña señal, una luz germinó desde el interior de la tierra, era pequeña y no muy brillante. Nadie se sorprendió ante la claridad de la oquedad pero todos dejaron de trabajar. El más viejo de lo hombres dirigió sus ojos hacia mi rostro y en pocos segundo todos miraron en la misma dirección. Sin palabras me hicieron llegar el mensaje que traía esta mediocre lucidez que claramente estorba su necesidad de mayor poder. Tendría que ser yo quien se conformaría con esta muy pequeña luz interior. Me sumergí en la fosa y la deje brillar. Empecé a hablar sin sentido hasta que mis palabras se convirtieron en gemidos. Todos me dieron la espalda y perdí la razón ante el incendio interno que se apoderaba de mis entrañas. Recuerdo una última carcajada, fue totalmente inapropiada pero no hubo manera de contenerme. Después mi visión se nubló y sentí mi cuerpo desvanecer (…) Cuando por fin desperté ya estaba aislada en esta jaula de cristal. Grité, lloré, canté pero ni una nota de mi escuché.
La verdad es que nunca encaje y tal vez por eso siempre baile pero la verdad es que ni siquiera en mis danzas fui aceptada como parte de alguna manada. Ahora es la luz quien me acompaña y me hace sentir amada; es el silencio que me platica su día y comparte conmigo sus más profundo gritos de batalla y es mi cuerpo en medio de sus danzas que me permite respirar bajo este exilio.